CLÍNICA TAGIMA 4 | PALENQUE

CLÍNICA TAGIMA 4 | PALENQUE

Quizá dejamos madurar los recuerdos, quizá el tiempo se acumula en la frente y se convierte en una jaqueca que no permite moverse. Las ganas de recordar, de conmemorar el tiempo, el tiempo que fue en la música, obligan a la crónica, al relato de los hechos. Salimos de San Cristobal, extraviados en el bosque, mirando los paisajes de madera y vegetación, de puestos de comida, se vende trago. La Peyó reaccionaba bien, aceleraba, arrancaba a la orden de Rojo. Los demás intentando atrapar un sueño, de imaginar alguna bahía, viviendo el viaje, mirando el paisaje que no volverá a ser el mismo.

De noche la música salva. Salvó. Llegamos a Palenque. Instalados en nuestras habitaciones, impregnados en humedad, caminamos un poco entre el viento del sureste, caminamos y algún animal hizo su sonido particular, un ave, un mono. Volvimos y la charla se hizo madrugada. Dormimos. Las guacamayas grtioneaban, los monos en alarido imponente. La luna en su descaro asomando nomás la mitad del rostro. 


Un canto de ave. Una habitación extraña. El ruido del aire acondicionado. Gezel en la otra cama. Una luz inclemente en mis pupilas. Despierto y estamos en Palenque. Desayunamos. Esperamos la hora y nos fuimos a Unisound. Calorón, calorón de verdad, sudar, buscar el aire acondicionado, sudar. Santana y Gezel se apresuraron en la conexión. Gezel, ya un poco mejorado de la tos, platicó con la gente de la tienda, con las personas que llegaban puntuales. La Clínica comenzó y las y los asistentes se mostraban alegres, niños y niñas miraban la destreza de los guitarristas, disfrutaban el momento del jam, las guitarras se hacían sonar, vivían, la música nos unían, nos dejaba estar juntos en ese calorón, tremendo calorón. Gezel enseñaba mostraba trucos, las preguntas se hacían, las respuestas se daban, las risas, la buena onda, el cotorreo en su pleno. Qué chido momento, qué chido poder compartir, saber, reconocernos. Algunos niños y niñas compartieron que el profe de música los mandó, e hizo bien, gracias profe, al maestro con cariño. El evento acabó, la charla siguió. Gezel y yo fuimos por un café. Nos lo dieron. Gratis, a cambio de una foto con los foráneos. Saludos a la cafetería. Buen café, me dejó sobrevivir en el sitio arquelógico.

LA REINA ROJA.
Palenque es inmenso, me sentí ínfimo, pequeño, ante los siglos frente a mí, ante la historia, la vida, la humanidad ahí, en esas piedras, en esos tallados, en los gritos de los animales que nos saben invasores, de la gente que nos cuenta el relato oficial, de la música, la música que aquí se hizo, aquí vivió. No se puede reducir a palabra la energía que se acumula, que se experimenta en un sitio con tanto y tanto. Un canto de ave, el graznido de otra, el rugido de un mono, las plantas y el viento. Ya no sé si desperté, ya no sé si mi cuerpo sigue en aquella habitación del hotel. Hormigas rojas suben por mi mano. Me miro al espejo. Estoy atrapado en la tumba, en la tumba de la Reina Roja.