
Es muy fácil tentarse ante la música, dejar ir el cuerpo, bailotear al escuchar una tonada, una canción, el tic tac de algún reloj, las intermitentes del auto y ya estamos en la carretera hacia San Cristóbal de las Casas, tarde noche, buen ritmo, la oscuridad nos tira presagios de amor, el Cañón del Sumidero suspira de manera gigante cuando pasamos a su lado, casi no le vemos, le percibimos, su carga, su enorme fuerza. De noche y la carretera en un parpadeo. Llegamos a SanCris. Las nubes tan abajo que podíamos sentir su sudor. Frente a nuestro aposento la lluvia había tirado una casa de adobe, la gente se reunía para chismorrear un rato, los policías cerraban la calle, nosotrxs, buscábamos la ruta para llegar al estacionamiento. Lo hicimos. Dejar las cosas y cenar en las Pichanchas, la típica comida botanera de Tuguchis. El frío invitaba a danzar con los bailarines, pero nos reservamos, brindamos por haber llegado a sitio tan bonito, tan histórico, en donde algún día se levantaron en armas de palo miles y miles de personas de pueblos originarios, encapuchadxs, y se siente, se siente esa vibra, se respira, se mira en cada pared, en cada sticker pegado en la señalética.
DÍA DE LA MERCED
La cena elevó la glucosa, Gezel y yo decidimos caminar por esas calles empedradas, frente a nuestro hotel la iglesia de la Merced que celebraba su día, el 23 de septiembre, fiesta, cohetones, gritos, música, campanas, campanas, campanadas, fuertes y la fiesta mexicana, la celebración católica, niñas, niños con máscaras que provocaban horror y un atuendo muy grande que llamaba la atención, llantas enormes cubiertas por telas que semejaban un vestido. La noche nos dijo, por acá, fuimos y llegamos al Revolución, bar de bares, lugar de música segura, entramos, aún con la duda del Gezel, y una banda ya le estaba pegando al reggae sabrosón, y todos los presentes danzaban en la oscuridad, todas y todos, conectados en la música, la música otra vez, la música entre nosotros, llamándonos, diciéndonos que estábamos en el sitio adecuado, en la noche, a miles de kilómetros de casa, en un lugar en donde se tocan las melodías y se divierte al personal. La música nos llevó al aposento. Gezel, algo cansado, directo a esconderse en las cobijas porque en SanCris el frío está rico, está recio, está de aguantarse. Yo, yo escucho una última de los Bándalos Chinos y me quedo dormido soñando en no sé qué historia de juguares y quetzales.

A PÍE DE CALLE, EL ROCK
Un café, un pan, listos para la aventura. Cruzamos calles con nombres occidentales, llegamos a UNISOUND, nos reciben con una botanorra, unas tortas, agua, una sonrisa. Los músicos alistan sus guitarras, escogen y se dan las tres para probar, así, al aire libre, antes de que llueva, una mañana de septiembre, la música se hizo. En la sillas plegables negras ya había gente esperando a los guitarristas. El rock comenzó, luego el jam, la improvisación, el pisoteo de cuerdas, el rasgueo descomunal, la vida en un hilo de metal que vibra y vibra para llegar a los cerebros ajenos. Se subieron al templete algunos asistentes, varios músicos, probaron las guitarras, después el gran final, el cierre y la charla, las preguntas. Un gran público, una gran experiencia, tempranera para que no llegara la lluvia, porque llegaría y nos haría resguardarnos en, Pachamama, llegaron las pizzas, las aguas, la lluvia. SanCris entristecía porque nos íbamos. Nos fuimos, agradeciendo los detalles que tuvieron con nosotros: miel, café, ya con eso, ya con eso.

PERDERSE EN LA BRUMA DEL BOSQUE
Rojo maneja, suena fuerte en la Peyó, Él, de José José, algo conecta en mí, algo retumba, el bajo, la voz, no lo sé, frente a nosotros el paisaje de la gente, las casas en donde se vende posh, trago, comida, gallinas, madera, cocas, sabritas, cruces de un panteón, niños y niñas arreando borregos, chivos, llovizna y el camino frente a nosotros se acaba. No hay más, un sendero sin salida, a nuestro alrededor, verde, mucho verde, olor a madera húmeda, un silencio de naturaleza, un susurro de la vida, de la hermosa vida, de la tranquilidad. Decidimos darle en reversa. Los de adelante maniobran y encuentran un camino que nos lleva a una carretera. Volvimos. Pero la verdad a mí me quedaron ganas de seguir ahí, en lo verde, en la vida leve, en la calma que debe doler, lastimar, en el respirar de las nubes, en el respirar nubes. Me quedé dormido. Cuando desperté la oscuridad ya no me dejaba pensar. Tararé una canción romántica y dejé que mis sueños hicieron pedazos mi existir.

